Amor...contacto...confianza...una pantalla y miles de kilómetros de por medio. Sí, el amor es algo impredecible. Nunca se sabe cómo, dónde o con quien te enamorarás. Y de entre millones de personas que hay en el planeta tierra puede ser con cualquiera. Pero yo me enamoré de una persona en especial. El único inconveniente era que estábamos a más de nueve mil kilómetros de distancia. Sí, unas once horas y media en avión. Jamás me di cuenta de la importancia del contacto físico entre las personas hasta que ella llegó y se llevó mi corazón a la otra parte del mundo.

Al principio, lo odiaba. Su forma de hablar, su seguridad, esa sonrisa arrogante que parecía saberlo todo de mí sin haberme escuchado una sola vez. Yo estaba convencida de que era el tipo de persona que entraba en tu vida solo para desordenarla... y no me equivocaba. Lo conocí cuando menos lo esperaba, cuando pensaba que ya no quedaba espacio para sentir nada nuevo. Y, sin darme cuenta, cada discusión se convirtió en una excusa para quedarme un poco más. Cada silencio empezó a doler cuando él no estaba. Dicen que el amor verdadero llega una sola vez, y que nunca lo ves venir. Yo tampoco lo vi. Solo supe que algo en mí cambió para siempre desde el momento en que me miró sin decir una palabra. Ahora, cuando cierro los ojos, aún escucho su risa, aún siento que me habla desde algún lugar que no alcanzo a entender. Y quizás... solo quizás, el amor no termina cuando uno de los dos se va.