La_mini_XIII_231014
Tres años habían pasado desde aquel verano en que todo cambió. Violette, Javier, Miranda, Lucía, Mia, Allyson, Lucas y los demás, ahora compartían una nueva etapa de sus vidas: la universidad. Todos habían sido admitidos en la misma institución. Y el vínculo entre ellos seguía intacto. Las risas, las miradas cómplices y los recuerdos de la preparatoria eran constantes entre sus conversaciones. Se visitaban con frecuencia, compartían tareas, comidas rápidas en las madrugadas, desvelos por exámenes y descansos en la azotea del edificio con botellas de jugo y parlantes portátiles.
Javier y Violette se habían convertido en roomies desde el primer semestre. Su convivencia era natural, armoniosa y cercana, llena de gestos pequeños que hablaban de una intimidad profunda. Compartían el refrigerador, las llaves, los horarios, e incluso un gato rescatado al que llamaban "Domingo". Aunque oficialmente no eran pareja, su conexión era evidente para todos: se conocían de memoria, se cuidaban con ternura, y cada gesto entre ellos hablaba de una historia larga, tejida con paciencia, cariño y complicidad.
Lucía, tras una recuperación lenta pero firme, ya caminaba sin muletas y cursaba la carrera de Literatura. Sus notas eran impecables, y su fortaleza era una inspiración constante para el grupo. Miranda, por su parte, se destacaba en Arquitectura; Mia, en Psicología; y Allyson, en Diseño. Lucas también brillaba en Arte, explorando su creatividad con proyectos llamativos y murales dentro del campus.
La vida universitaria los había transformado. Habían dejado atrás las inseguridades de la adolescencia, enfrentado nuevas responsabilidades, y aprendido a convivir con la independencia. Pero a pesar de la madurez que los años les había traído, en el fondo, seguían siendo los mismos chicos de preparatoria que bailaban en fiestas, se enredaban en malentendidos, reían hasta el cansancio y creían que el amor verdadero era posible.