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Alice creció en un infierno de reglas, jabón antibacterial y miedo. Para su madre, todo era un riesgo: el polvo, los gérmenes, incluso la calle. Su infancia se resumía en alcohol en gel, guantes y advertencias constantes de que el mundo era demasiado sucio para tocarlo.
Pero cuando tenía apenas cinco años, todo cambió. Se mudo con su padre y se la llevó lejos, separándola de su hermano Eddie. Fue un golpe duro, pero también su salvación.
Con los años, Alice aprendió a ser libre. A ensuciarse sin culpa, a reír fuerte, a subir a los árboles y a hablar sin filtros. Su padre la enseñó a vivir sin miedo, bromista, sarcástica y con un sentido del humor que podía hacer reír hasta en los peores momentos.
Ahora, ocho años después, Alice regresa a Derry.
Tiene trece y un corazón que no recuerda del todo lo que es tener un hermano. Eddie es casi un extraño, un chico nervioso e higiénico que vive bajo las mismas reglas que ella juró dejar atrás.