En el corazón de aquel colegio, donde el aire solía impregnarse del suave aroma de las flores del patio y el eco de las risas femeninas, una fragancia diferente comenzaba a insinuarse. No era un perfume, sino la sutil y embriagadora mezcla de un alfa y un omega, un aroma prohibido que se tejía en secreto entre las aulas y los pasillos silenciosos. Ismael, el profesor de matemáticas, intentaba ocultar su dulce esencia omega bajo la lógica fría de los números, mientras Jorge, el profesor de inglés, velaba su terroso aroma alfa con la pasión de las palabras. Sus miradas se cruzaban en secreto, susurros en la penumbra de la biblioteca, encuentros fugaces bajo la sombra de los antiguos árboles del jardín. Un amor nacido en la quietud de las ecuaciones y la elocuencia de los versos, un secreto que florecía en el corazón de un colegio de señoritas, donde la revelación podía significar la ruina. El aroma de su deseo, dulce y peligroso, flotaba en el aire, una promesa y una amenaza en igual medida, esperando el momento de ser descubierto.