"¿Llamarás?" le preguntó Ariadne la noche en que se fue. Porque para ella, él fue suyo, al menos en un momento en el tiempo, al menos eso le decían todas las flores que se deshacían en su florero. Nueva Roma se basaba en temor y respeto, o al menos así era la que no había pasado por una guerra y traición. Ahora tenía que vivir entre las cenizas y la desestabilidad de alguna vez haber sido importante. Y, como si eso no fuera suficiente, también se trató de volverlo a ver a él. Un rebelde, un héroe, un recuerdo borroso que la atormentaba por las noches. Todo eso era Nico Di Angelo para ella, al igual que un recordatorio de amenazas de una muerte inminente y de sueños con flores marchitas.

Todo lo que Jessica conocía era destrucción. Estaba acostumbrada a la sensación de control y a ese hormigueo en los dedos antes de cada pelea, la sensación de gratificación de ver a tu oponente caer. Pero todo cambió cuando inició un juego nuevo, uno del que ni siquiera estaba al tanto, uno que no podía manipular a su antojo. Nico Di Angelo no era una presa fácil. No era de dejarse llevar por provocaciones ni de rendirse o buscar treguas. Y eso estaba arruinando su vida.

Micaela Luna juró lealtad a Artemisa, odiaba las misiones y nunca había hablado con un hombre... hasta ahora. Una profecía la obligó a viajar al Campamento Mestizo, colaborar con seres ajenos a su especie y descubrir que, tal vez, las cosas eran diferentes. ¿El problema? Nadie le dijo que la parte más complicada no serían los monstruos, sino aprender a hablar con chicos sin salir corriendo. Sobre todo, que aprendería lo que era suspirar por uno.