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Satoru suspiro, su garganta hace una presión enorme mientras intenta contener el nudo de su garganta, sabe que en el momento que lo deje ir, también sus ojos no podrán contener sus lágrimas. Sus labios se mantienen curvos, en una apretada sonrisa, pero la comisura de sus labios tiembla. Se levanta de la silla, mientras mira fijamente, con sus ojos azules, rojos de tanto contener las lágrimas y sumamente cristalizados; aquel ataúd blanco, frío e inmaculado, dónde sería eternamente el lecho de descanso de su Evangeline.
No dijo nada mientras caminaba, tampoco nadie se atrevió a dirigirle una sola palabra. Sus manos temblorosas se acercan a la madera brillante, con bordes dorados resplandecientes. Las lágrimas no pudieron contenerse más. Los sollozos eran devastadores, no para el, el ya estaba destrozado. Los sollozos eran devastadores para los presentes; el hombre más omnipresente, el hombre más poderoso del mundo, llorando como un niño; ese día todos recordaron que incluso el más fuerte es humano; incluso el puede amar de esa manera que desgarra el alma.
*Historia triste de Satoru. Si eres sensible no leas por favor*