Yo no creo en el amor. No en el de verdad, no en el que te rompe las costillas desde dentro y te deja temblando. He visto lo que el amor hace: destruye, debilita, te deja sola. Así que aprendí a vivir sin él. Me construí con muros, me rodeé de los pocos que sí me aguantan -Alejandro, Lidia, Marcos-, y el resto del mundo... que se joda. Pero entonces está Lola. Preciosa, insoportable, perfecta de una forma que me revienta los nervios. No nos soportamos. Nunca lo hicimos. Ella me odia, yo la odio más. Hay historia ahí, sí, pero también hay heridas, secretos, y una tensión tan jodidamente densa que a veces pienso que vamos a terminar matándonos. O besándonos. Y eso no ayuda. Porque bajo esa fachada suya -esa de reina del campus, novia ideal, sonrisa ensayada- hay algo roto. Algo que reconozco. Algo que me arrastra. Y yo no sé qué hacer con eso. Esto no va de amor. Va de rabia, de heridas mal cerradas, de todo lo que no dije y de todo lo que me hizo callar. Va de sobrevivir. Y, quizás, de aprender a arder sin consumirme.