mariana_poi
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La imagen está dividida en dos mitades que chocan y se entrelazan en el centro.
A la izquierda, el mundo de Kylie: el fondo es la fría elegancia de una mansión con suelos de mármol y una ventana arqueada que enmarca una ciudad perfecta pero distante. Ella está de perfil, impecable con su blazer y su pelo negro con mechas rojas perfectamente peinado. Pero su postura rígida está comenzando a agrietarse; una grieta fina recorre el mármol a sus pies.
A la derecha, el mundo de Malia: el fondo es el cálido caos de un estudio de arte, con paredes de ladrillo visto, pinturas salpicadas y el cartel de la feria de Venice Beach. Ella también está de perfil, con rizos escapándose de su moñado despreocupado y una mancha de pintura en la mejilla. Su postura es relajada, pero su mirada es intensa, desafiante.
En el centro, donde ambos mundos se encuentran, hay una mesa de café moderna. Sobre ella, una laptop de diseño impecable (la de Kylie) muestra en su pantalla los gráficos elegantes de la app StageFlow. Superpuesto a la pantalla, como un grafiti digital, está el logo de un perro surfista (la acuarela que Kylie compró). Derramado sobre la mesa, entre las dos mujeres, hay un café latte que forma un charco entre ellas, pero en lugar de separarlas, el líquido marrón dibuja un camino improvisado que conecta sus dos mundos.
Sus manos no se tocan, pero se extienden una hacia la otra a través de la mesa. Los dedos de Kylie, perfectos, se acercan a los de Malia, manchados de pintura. Un hilo de luz dorada, como el sol de California, ilumina ese espacio entre sus manos, prometiendo una conexión inminente.