Lady-Rosita-Fresita
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Nadie notó cuándo desapareció Shelly.
Un segundo estaba cruzando la calle de regreso a casa... y al siguiente, la oscuridad la tragó por completo.
Despertó en una casa extrañamente hermosa, demasiado limpia, demasiado ordenada. Las paredes estaban pintadas en tonos suaves, decoradas con marcos que mostraban fotos falsas: imágenes de una vida que no era suya, recuerdos que alguien había inventado para ella.
Allí, entre sábanas perfumadas y platos perfectamente servidos, la esperaba Astro.
Él dice que la ama. Que todo lo ha hecho por amor. Que nadie más la entiende como él.
Le habla con ternura, le acaricia el cabello como si fuera frágil porcelana, y le sirve comidas hechas con esmero, cada una más exótica que la anterior. Pero hay algo más bajo la superficie de cada sonrisa, de cada plato. Algo que huele a hierro. Algo que sabe a sangre.
Shelly gritó. Suplicó. Peleó hasta que sus uñas se rompieron contra las paredes.
Pero el encierro tiene una forma suave de deshacer la voluntad, y el amor, cuando se retuerce, se convierte en jaula.
Poco a poco, su mente se fue desgastando. Las palabras de Astro empezaron a tener sentido. Las reglas eran simples. Las recompensas eran dulces. La punición... rara vez necesaria.
Con el tiempo, dejó de preguntarse dónde estaba.
Él la adiestró con paciencia, con mimos y cuchillos afilados.
La convenció de que el mundo exterior solo quería lastimarla. Que su amor era lo único real.
Y ella, rota pero sonriente, lo sigue a la mesa, obediente, tragando bocados de amor condimentados con mentiras... y carne humana.
Astro cocina para ella. Mata por ella. Ama como solo un monstruo puede amar.
En este rincón oculto del mundo, el romance tiene olor a sangre caliente y sabor a delirio.