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En público, Lewis Hamilton es el campeón, el piloto de Ferrari, el hombre al que todos miran.
En privado, es solo un cuerpo acosado por la presión, por preguntas que queman, por un futuro que se le escapa. Y justo entonces aparece Kimi Antonelli, la promesa de Mercedes, el fuego joven que no frena en ninguna curva.
Lo que ocurre entre ambos no está en las estadísticas, ni en la pista: es un duelo de miradas, de palabras envenenadas y de contacto prohibido.
Porque lo más peligroso no se juega a 300 km/h, sino detrás del podio.