Nació una vez con ojos de aurora, una chica que quiso quedarse, pero el tiempo, cruel y paciente, la llevó entre sus brazos al silencio. Volvió... con pelaje naranja, con un corazón que aún recordaba su nombre. Vagó entre sombras buscando su alma perdida, hasta que sus ojos se cruzaron de nuevo. Él la miró... y sin saber por qué, su pecho ardió con un fuego antiguo. "Te conozco", pensó, "aunque no sepa de dónde." Y en ese roce, el alma habló sin palabras. Vivieron un rato de cielo en la tierra, pero el destino, terco, volvió a romperlos. Él cayó bajo las ruedas del mundo, y ella, de pena, dejó de latir en silencio. Renacieron otra vez, y otra, y otra... en cuerpos distintos, en eras distintas, pero siempre buscando esa mirada, esa chispa que decía: "Te encontré." Porque hay amores que no mueren, solo cambian de forma para seguir buscando, esperando el instante en que el universo les permita, al fin, quedarse.