Moaimey
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El paddock de Monza estaba lleno de ruido, de flashes y de expectativas.
Amelie Voughn llegó como la estrella que rompe récords y conquista escenarios, envuelta en un aura de fuego y misterio. El rojo la seguía a donde fuera, como un reflejo de su voz intensa y su espíritu indomable.
Charles Leclerc, imponente en su traje escarlata, parecía dominar el mundo a trescientos kilómetros por hora, con una calma que pocos podían comprender.
No estaban destinados a encontrarse, pero el destino, o quizás el rojo, los unió en un instante fugaz.
Una conversación, una mirada, un momento que prometía algo más allá de las cámaras y los contratos.
Y así, sin hacer ruido, comenzó algo que nadie esperaba.