Huachipato
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En McLaren hay una realidad que no se puede ocultar: los choques constantes e inagotables de Lando Norris buscando el amor del muro de hielo que tiene como compañero, Oscar Piastri
Lando, a sus 25 años, ya no era el niño prodigio. Era el líder experimentado del equipo, el carismático y vibrante corazón de Woking. Con sus rizos castaños siempre un poco rebeldes, sus ojos claros y expresivos que no sabían mentir, y esa energía inquieta de quien necesita conectar con los demás, Lando era la definición de un omega en un mundo de egos desmedidos. Era talento puro, pero también emoción a flor de piel. Necesitaba la risa, la camaradería, el contacto.
Y luego estaba Oscar.
Oscar Piastri, el "Gélido Australiano". En su tercer año, ya no era una promesa, era una amenaza clínica. Físicamente, era la antítesis de Lando: ligeramente más alto, de hombros más anchos, con una mandíbula tensa que rara vez se relajaba en una sonrisa genuina. Sus ojos eran de un azul acero, imperturbables, analíticos, siempre calculando décimas de segundo, nunca sentimientos. Era un alfa en el sentido más moderno y aterrador de la palabra: no necesitaba gritar para dominar; su silencio y su velocidad lo hacían por él. Su calma no era paz, era el vacío antes de la tormenta