Niccoreyy
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El mundo, para Vera, era una orquesta sin director: una avalancha de sonidos, luces y emociones que pocas veces encontraba armonía. Cada conversación, un eco demasiado fuerte; cada gesto, una vibración que la hacía temblar. Sus pensamientos, mariposas incesantes en un torbellino, buscaban un hilo conductor que rara vez encontraban.
Para Kai, en cambio, el mundo era un rompecabezas cuyas piezas nunca encajaban del todo. Las reglas sociales eran un enigma sin solución, las expresiones faciales, un código indescifrable. Anhelaba la lógica y la predictibilidad, mientras el caos de lo cotidiano lo dejaba a la deriva.
Ambos vivían en sus propias islas, separadas por mares de incomprensión. Aprendieron a sonreír cuando no entendían, a asentir cuando sus mentes volaban a otra parte, a retirarse cuando el esfuerzo de "encajar" se volvía insoportable. Habían aceptado que su lenguaje interior era peculiar, una melodía que solo ellos parecían oír.
Pero el destino, o quizás una silenciosa frecuencia invisible, tejió un puente entre sus mundos.
Porque a veces, la conexión más profunda no nace de lo que compartimos con todos, sino de lo que solo dos almas pueden percibir.