prettyliarso
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Desde niños, Jungkook y Taehyung habían sido inseparables, como dos estrellas orbitando la misma constelación. Compartían risas entre videojuegos y papas fritas, cómplices de aventuras inocentes que, sin que ellos lo supieran, trazaban el mapa hacia algo más profundo. Con los años, sus cuerpos cambiaron, pero fue su vínculo lo que se transformó en algo más intenso, más complejo... y más peligroso.
Taehyung floreció como un omega deslumbrante: de belleza etérea, con una personalidad chispeante que desarmaba incluso al más frío de los corazones. Pero debajo de su dulzura, latía un espíritu feroz, imposible de domar. Jungkook, por su parte, emergió como un alfa de presencia firme y silenciosa, de mirada intensa y gestos que hablaban más que mil palabras. Era el tipo de persona que no se entregaba fácilmente, pero que, una vez dentro, lo envolvía todo con su esencia dominante.
Lo que comenzó como una curiosidad compartida en la oscuridad de la adolescencia, se convirtió en un juego de fuego donde los besos robados y las caricias clandestinas eran moneda frecuente. Ambos se entregaban el uno al otro con libertad y deseo, sin promesas, sin etiquetas. Pero cada roce, cada suspiro contenido, los empujaba a una frontera invisible: la que separa el deseo ardiente del amor verdadero.