Joven, tonto y débil. Podría decir con total seguridad que todos hemos tenido un amor que nos ha hecho sentir de esa manera. Esa persona con la que nos imaginamos miles de escenarios cursis y patéticos como sacados de películas o libros. Esa persona que solo con un roce de manos y una mirada nos causa muchas sensaciones inexplicables. Esa persona que con cosas tan simples como escucharla hablar o verla sonreír puede tenernos bajo su control. Esa persona que desde el principio llegó a revolucionar por completo nuestra vida. Ansel Dankworth es el mío. Mi primer amor. Cuando lo conocí, él me hizo creer que el amor era el centro del universo, luz en medio de la oscuridad, calma en medio del caos, que tenía el poder de sanar cualquier herida, ese lugar seguro al que siempre podías acudir, pero nunca mencionó que pasaba si el amor dejaba de ser suficiente. Nunca mencionó que pasaba si el amor se escapaba de entre tus manos, muy lejos fuera de tu alcance y no volvía. Nunca mencionó que pasaba si el amor se acababa y borraba cualquier rastro de que existió. Nunca mencionó que pasaba si el amor se despertaba una mañana anhelando el corazón de alguien más.