NatallyV
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Nueva York no respira: sangra. Sus calles exhalan pólvora mojada, whisky agrio y el eco de pecados que se pudren en la penumbra. Es un tablero de ajedrez donde las piezas no se mueven: se despedazan. Y en el corazón de esa bestia herida reinan los Martoretti, un linaje maldito que no camina, sino que arrastra cadenas forjadas en sangre y traición.
Cal, Liam, Sam. Sus nombres son cuchillos en la garganta de la ciudad. No son hombres, son plagas con rostros humanos, ángeles caídos con alas de hierro mellado y ojos que desuellan almas. Criados en el vientre podrido de la mafia, amamantados con veneno y lealtad rota, aprendieron que el poder no se hereda: se arranca. Sus manos no tiemblan al apretar el gatillo; sus corazones no dudan al traicionar.
Y entonces llegan ellas.
Leyla. Lyria. Ivette. Las Moreau.
No entran: irrumpen. No caminan: queman el suelo bajo sus pies. No seducen: devoran. Son huracanes con piel de seda, cuchillas envueltas en perfume y promesas letales. La orden era protegerlas, pero nadie advirtió que el verdadero peligro no acecha desde fuera. Son ellas: tres víboras disfrazadas de diosas, tres secretos afilados que cortan más profundo que cualquier bala.
El juego comienza.
Un tablero sin reglas, donde cada mirada es un disparo, cada caricia un filo, cada latido una sentencia. Aquí el amor no es dulce: es un veneno que quema las venas. El deseo no susurra: muerde hasta el hueso. La traición y la pasión se enredan como amantes en un lecho de sangre, y la lealtad es solo una mentira que se desangra en la penumbra.
Los Martoretti no caerán por el plomo ni por las balas de sus enemigos. Caerán por ellas. Por tres tormentas con nombres de mujer, por pecados que saben a miel y cortan como acero. Y cuando todo arda, cuando la ciudad se ahogue en cenizas y el infierno reclame sus almas, nadie-ni ellos, ni ellas, ni los dioses que los miran desde arriba-querrá escapar de ese exquisito y devastador final.