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La primera vez que Naia Lorenzi pisó un campo de fútbol fue con zapatillas blancas impolutas, gafas de sol, y una botella de agua de coco. Era una actriz reconocida, aclamada por su intensidad en pantalla y su entrega total a cada personaje. Pero esta vez, su nuevo papel le exigía más que aprender líneas: debía convertirse en una jugadora de fútbol profesional.
Por eso estaba allí, bajo el sol catalán, en la ciudad deportiva del FC Barcelona Femení, con un único objetivo: aprender.
Ona Batlle no tenía tiempo para tonterías. Era una de las defensoras más respetadas del club, perfeccionista hasta la médula y con una rutina inquebrantable. Así que cuando le asignaron a una actriz para "enseñarle lo básico", su primera reacción fue levantar una ceja y decir: "¿En serio?"
Dos mundos completamente distintos acababan de chocar.
Lo que ninguna de las dos sabía era que, a veces, el amor encuentra su camino justo entre los pases errados y los diálogos improvisados.