d72740619
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Supongo que siempre he tenido un talento especial para ilusionarme de más.
El ingenuo del siglo, podrían decir.
El que, después de nueve años juntos, creyó que Tsukasa por fin iba a decir que sí.
Estábamos en París. Sí, cliché y todo, pero pensé que funcionaría.
Era de noche. La Torre Eiffel brillaba detrás de nosotros como si hubieran encendido cada foco para darnos su bendición. El Sena reflejaba la luz dorada de la ciudad, y su risa-esa risa-seguía rebotando en mi cabeza.
Lo miré, y por un momento creí que no existía nadie más.
Respiré hondo, me arrodillé junto a su silla y saqué el anillo que había guardado durante meses.
-Tsukasa... -mi voz sonó más grave de lo que esperaba-. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Envejecer a tu lado, seguir peleando por tonterías, despertarte a besos y escucharte quejarte de lo temprano que es. Quiero que seamos nosotros para siempre... ¿Quieres casarte conmigo?
Él me observó, ladeando la cabeza como si estuviera decidiendo qué postre pedir.
-No -dijo. Así. Sin dramatismos. Como quien rechaza un refill de café.
Me quedé helado.
-¿¡Qué!?
Sonrió, esa sonrisa que nunca supe si era ternura o crueldad.
-No necesitamos un papel. Estamos bien así. ¿O quieres que un juez valide que me amas?
-No es eso -me defendí, intentando no sonar herido-. Es que... es importante para mí.
-Pues para mí es importante seguir como estamos -replicó, y bebió de su copa como si la conversación estuviera sellada.
No importaba el lugar, la fecha o el escenario: siempre me decía que no.
En Japón, en Grecia, en un bosque nevado o en una playa al amanecer... la respuesta era idéntica.
En total, hasta hoy, he intentado trescientas nueve veces pedirle matrimonio.
Trescientas nueve veces.
Trescientas nueve "no".
Pero... ¿qué les puedo decir?
Sigo siendo un ingenuo.