En la antigua tierra, aquella que existe al final y al principio de todos los mundos, hay pocos lugares seguros, y la taberna de medianoche no es uno de ellos. El lugar desde el que la mayoría de los aventureros, cruzadores de planos, soñadores de pesadilla o héroes de cualquier clase acaban visitando. No hay monstruos entre esas paredes, y las armas no están permitidas pero, para el viajero experto, ambas cosas no entrañan verdadero peligro, o al menos no uno tan profundo como el que surge cuando la vieja tabernera abre la boca. Pese su aspecto, que cambia dependiendo de las fases de la luna que siempre vigila la taberna, todos los que cruzan la puerta de su hogar se dan cuenta de que la mujer que los saluda es anciana, algunos dicen que tanto como la antigua tierra, otros, que ya estaba aquí mucho antes de que el mundo entre mundos se formara. Y ¿El peligro? te preguntaras tu, viajero incauto que pisa por primera vez este lugar, pues bien, me has caído bien así que te lo diré. El peligro recae en sus historias. Historias de tesoros y maldiciones, historias de poder y de ruina, historias que, a la luz de esta misma hoguera que ahora nos calienta, la tabernera cuenta a los incautos que quieran escucharlas, alimentando sus almas de entusiasmo por la aventura y, al mismo tiempo, alimentando el bosque eterno de sus cadáveres. Es cierto, algunos vuelven repletos de gloria, pero son pocos, y perseguidos por la desdicha. Pronto la sombra de la tabernera les alcanza, y sus almas abandonan este mundo de vuelta al lugar al que pertenecen. Vaya, parece que no te has asustado, entonces déjame que te invite a una cerveza fría y te cuenta la historia del último joven valiente que cruzó esa puerta, su nombre era...

Querido diario, Mi nombre es Olivia. Liv para los amigos. Y he hecho algo bastante poco inteligente. He aceptado el reto de escritura de Riva, un escritor que ha decidido que es buena idea proponernos escribir el mes de noviembre. Así que yo he decidido empezar este diario para escribir sobre mi vida en la Academia Astralis. El problema es que, desde que empecé este diario, mi vida ha dejado de ser del todo normal. Pociones que salen mal, mapas que aparecen donde no debería haber nada, pasadizos secretos, profesores que no cuentan toda la verdad y portales que dan más miedo que el examen final de Historia. Y mejor no hablemos de los primeros días. Casi me devora un lobo. He pisado una isla donde manda un niño que se niega a crecer, he visitado un mercado navideño donde una simple manzana puede meterte en más líos de los que parece y he perseguido cartas voladoras por toda la Academia Astralis gracias a un Wimblinn. ¿Que qué es eso? Tranquilo, querido diario, ya te lo iré contando... página a página.