Las amenazas no siempre gritan. A veces esperan. NuNew Chawarin, artista y figura pública, vive bajo el acoso de fans que han cruzado la línea. Para sobrevivir, contrata al mejor Panich, ex agente de SWAT, retirado por estrés postraumático, silencioso y letalmente atento. Él no está ahí para enamorarse. Está ahí para vigilar. Hasta la puerta del baño. Hasta donde haga falta. Pero cuando el peligro se vuelve íntimo, la vigilancia deja de ser profesional... y empieza a ser personal.

En un mundo donde los lobos ya no existen, NuNew cruza el tiempo y despierta en una era salvaje, donde los alfas aún reinan y los omegas recuerdan quiénes son. Allí conoce a Zee, el Rey Panich, un alfa antiguo, poderoso, ligado a la sangre y a la luna. Entre instinto y destino, su vínculo desafía siglos, jerarquías y la propia evolución. Porque algunos lazos no desaparecen, solo esperan a ser recordados.

Kageyami despertó en un mundo que no era suyo. Sin crimen, sin sangre, sin su Chishio... hasta que abrió esa puerta. Rubio, demacrado, exhausto. No era su doncel. Pero esos ojos eran los mismos. Y si Chishio ha cambiado... da igual. Sigue siendo suyo. Y lo va a recuperar, aunque tenga que quemar el mundo entero.

Dicen que la curiosidad mató al gato, aunque todo empieza siempre igual... Con alguien que jura ser solo un poco curioso. Y en esa casa hay un hombre que pinta mundos de día y se deshace de ellos bajo luces rojas por la noche. Un profesor amable, un cuerpo prohibido, dos versiones del mismo peligro. Basta un paso imprudente para que el refrán deje de ser un aviso y se convierta en una promesa que arde.

Lo entregan como oferta de paz. La tribu lo recibe como si fuera frágil. Y nadie ve lo obvio... El bárbaro cree que se enamoró primero. Qué gracioso. La flor lo marcó en cuanto lo vio... sin tocarlo. Su timidez es teatro. Su dulzura, veneno. Y cada gesto suyo hunde al alfa un poco más. Ese lobo es suyo. Punto. Y si alguien se atreve a rozarlo, arderán el reino, la tribu y todo lo que quede en medio.

Creía que ser joven era una especie de escudo. Que los besos fugaces no dejaban huellas, que una noche loca no podía cambiar una vida. Solo quería vivir sin pensar, reírme del futuro y besar sin promesas. Pero el futuro decidió reírse de mí. Años después, trabajo para el Alfa del piso 47... y mi mayor secreto tiene sus mismos ojos.

Mandó la foto equivocada al número equivocado... y acabó recibiendo la respuesta que más necesitaba. NuNew solo quería que su ex viera lo que se había perdido, pero el mensaje lo abrió alguien más. Y ese alguien no iba a dejarlo escapar tan fácilmente. Un error. Un desconocido. Un juego que se sale de control.

NuNew un Omega que ha sido traicionado tantas veces que ya ni se molesta en contarlas. Ha olvidado lo que se siente estar en una relación donde no tenga que rogar por migajas de afecto o disimular las lágrimas con una sonrisa. El romanticismo murió para él hace mucho, enterrado bajo las mentiras, los silencios y la indiferencia de quienes se hacían llamar sus parejas. Siempre se quedó callado, aceptando menos de lo que merecía, encogiéndose ante el mínimo conflicto, aguantando por miedo a quedarse solo. Pero ya no más. Esta vez, cuando su última relación se estrella sin frenos y sin dignidad, algo dentro de él se rompe. Ya no quiere ser el chico bueno, el obediente, el frágil. Está harto de suplicar amor a quienes no saben ni lo que significa. Así que decide vengarse. No con gritos, no con escenas baratas. Con algo más sucio, más cruel. Una lección que su ex no olvidará nunca. Si ese cabrón no supo valorarlo, entonces va a saber lo que se siente perder, de verdad. ¿Y qué mejor forma que revolcarse con el enemigo? Con el Alfa que más odia. Con su peor pesadilla... y también, su medio hermano, Pruk Panich. Una venganza tan baja que incluso a él le sabe a gloria.

NuNew nunca pensó que dormir en casa de su mejor amigo pondría a prueba todo lo que creía sagrado. Entre la lealtad a Ohm y la tentación que supone el irresistible señor Panich, tendrá que decidir si ceder al deseo o salvar su amistad.

Me lo follé sin saber quién era. Mayor. Imponente. Con una voz que sabía dónde dolía. No fue amor. Fue hambre. De cuerpo. De poder. De todo lo que no debía tocar... y aún así toqué.