LAUD_MEDINA
Se suponía que los dieciocho no serían un cumpleaños, sino una declaración de guerra. El día que crucé ese umbral me prometí la llave: la llave para cerrar la puerta, para romper el yugo de esas personas que arrastran consigo la maldita etiqueta familiar.
Pensaba que al fin cortaría el cordón umbilical, no con unas tijeras, sino con una hoja afilada, y que mi vida, por fin, sería un territorio exclusivamente MÍO.
Qué estúpida ingenuidad.
Ese día no fue el comienzo de mi liberación; fue la cruel inauguración de un infierno completamente nuevo. El caos que ha venido después no se parece a las pequeñas tormentas a las que estaba acostumbrada. No. Es algo viscoso, asfixiante, una oscuridad hecha carne que me ha demostrado que la verdadera pesadilla no está fuera, sino ligada a mi misma existencia.
Ahora, cada amanecer es una obligación: debo sobrevivir a esto.
Debo aprender a respirar bajo este peso, porque esta es mi nueva y espantosa realidad.
Y lo haré. No por ellas, sino a pesar de ellas.