ann_xxy
El tiempo pasó, pero no se fue del todo.
Fátima y Stephany siguieron siendo pareja, de esas que ya no necesitan demostrarse nada porque lo cotidiano habla por sí solo: desayunos silenciosos, miradas cómplices, peleas chiquitas que duran menos que un semáforo. El amor no se rompió; se volvió costumbre buena.
Victoria creció.
Ya no era la niña que se quedaba dormida con cualquier ruido, ahora preguntaba demasiado, observaba todo y tenía opiniones firmes para alguien tan pequeña. Caminaba entre ellas como si el mundo siempre hubiera sido así.
-Mamá -le decía a Fátima, natural, sin pensarlo.
Y luego, con la misma seguridad:
-Papá -a Stephany.
Stephany se quedaba quieta cada vez que eso pasaba.
No corregía.
No reía.
Solo parpadeaba.
Por dentro algo se acomodaba raro, distinto. No incómodo... solo nuevo.
No sabía cómo explicarlo, pero esa palabra no le pesaba. Le movía algo.
Le hacía ruido bonito.
Fátima lo notaba, claro. Siempre notaba todo.
Aldana e Inna, mientras tanto, se habían convertido en un dúo inseparable. Donde iba una, iba la otra. Si había caos, ellas lo organizaban. Si había silencio, lo rompían. Ya nadie las separaba; eran paquete completo, risas compartidas y miradas que decían "ya entendimos todo".
Vanessa... Vanessa era otra historia.
Vanessa solo aparecía de noche.
-Bro -decía por mensaje-, pokercito rápido.
Y Stephany, que juraba estar cansada, que decía "ya no salgo", terminaba poniéndose una sudadera oscura y saliendo en puntitas. Poker clandestino, risas bajitas, cartas que caían como secretos. Siempre a escondidas.
Fátima lo sabía.
Siempre lo sabía.
Y fingía no saber.
Victoria dormía.
La casa respiraba.
El mundo seguía.
Nada estaba roto.
Pero algo estaba por empezar.
Porque crecer no siempre es cambiar de lugar.
A veces es cambiar de nombre, de rol, de espejo.
Y esta vez, ninguna estaba preparada.