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Era tarde cuando aceptaron que, en efecto, lo que sentían el uno por el otro desde hace mucho tiempo, era amor, no importaba qué ni quién, siempre sería amor.
Incluso con la incertidumbre de no contar más con un contrato prenupcial que lo protegiera, Alonso creía que un último intento valía la pena, porque sabía que había sido afortunado hasta que el momento en que tuvo todo llegó y siguió sintiéndose miserable, miseria que llegó cuando ella lo dejó decidida a no regresar jamás; para Ariadna, intentarlo de nuevo no era opción, era una pérdida de tiempo.
Todo era cierto, la felicidad no estaba en lo material, Ariadna lo había experimentado en primera fila, sus carencias y preocupaciones financieras se acabaron cuando firmó un acta de matrimonio que prometía el mundo pero ni una pizca de amor.