En los rincones de San Bernardo, Alexander existía, más de lo que vivía. Un joven consumido por la invisibilidad autoimpuesta, su mirada, aunque a menudo baja, esconde a un observador atento. Su mundo, rutinario y monótono, se fracturó el día que Carolina irrumpió en él. Ella era una luz, una revelación que encendió un torbellino de sensaciones inauditas, pero la distancia, impuesta por su propia inseguridad, parecía insalvable. Su primer amor se manifestó como un secreto, un anhelo tortuoso. Las miradas furtivas, cargadas de significados no verbales, se convirtieron en un diálogo silencioso, un pacto invisible que, para Alexander, era a la vez hermoso y una agonía. Días, semanas, se deslizaron en una espera teñida de incertidumbre. La conexión existía, sí, pero ¿era real o solo una fantasía tejida por su propio corazón? El 14 de febrero, la fecha emblemática, llegó con un peso inusual. La resignación se instaló. Alexander, buscando refugio para sus penas, se retiró a la azotea del instituto. Justo cuando creía haberlo perdido todo, cuando el silencio amenazaba con consumirlo, el destino, o algo más, intervino. Unos pasos. El eco de una puerta. Y un aroma inconfundible. Carolina apareció. Su presencia era una interrupción, una anomalía. "¿Por qué no me hablas?", la pregunta flotó en el aire, cargada de una extraña mezcla de reproche y misterio. Y entonces, un roce inesperado que detuvo el tiempo. Una acción que desafió toda lógica, desvelando una verdad que Alexander no se atrevía a imaginar. En ese instante, el día más sombrío se transformó en algo inaudito, un amanecer que reescribió su existencia. ¿Qué secreto guardaba esa mirada de Carolina? ¿Y cómo una pregunta y un solo beso podían desmantelar años de invisibilidad y temor, abriendo la puerta a un destino que Alexander jamás creyó posible? (Todos los sábados, 01:00 a 02:00 AM nuevo capítulo)