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Una daga envenenada se hundió profundamente en su corazón, desde la espalda. La joven abrió los ojos como platos, antes de que la invadiera una fría comprensión. Su cuerpó sufrió un violento espasmo, y un líquido carmesí escurrió desde su labio inferior hasta su barbilla, goteando hasta el suelo de mármol. Cayó entonces, manchándolo aún más, pero no sintió el impacto. No tardó muchó más en dejarse ir. Y entonces, un agónico grito inundó el gran vestíbulo. La desafortunada espectadora de aquel odioso crimen se derrumbó, mientras un torrente de lágrimas descendía, mezclándose con la sangre del suelo.