Harry Stevens grita peligro en cada poro del cuerpo y no precisamente por las escandalosas cicatrices que lleva en el lado izquierdo de la cara. Es la clase de chico con el que no quieres involucrarte porque sabes, por sobre todas las cosas, que va a destrozarte. Es de la clase de hombre que guarda una cantidad aterradora de secretos lo suficientemente perturbadores como para hacer que quieras huir de él lo antes posible. Es de la clase de hombre que, pese a todo el odio y rencor acumulado que carga sobre los hombros, es capaz de hacerte tocar el cielo con un beso... Sé que no es de fiar. Sé que debo poner cuanta distancia sea posible entre él y yo porque su mundo acabará con el mío si no le pongo un punto final a lo que siento..., pero no puedo hacerlo. No puedo huir de él. No, cuando la oscuridad que vive dentro de él se disipa cuando está a mi alrededor. No, cuando lo amo del modo en el que lo hago... El ángel vino en forma de bestia y vino a salvarme. Quizás... -solo quizás- vino a acabar conmigo. » Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita por parte del autor, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total y/o parcial, adaptación, distribución, en cualquier medio impreso y/o digital de esta obra por cualquier medio o procedimiento. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS ©. Sam León, 2015.

SECUELA DE BESTIA. "¿Vas a amarme aún si me convierto en un monstruo?"

en la cual una pequeña le escribe cartas a su padre quien se encuentra, en el ejército. [van a haber errores de ortografía intencionales, ya que la niña que lo escribe tiene 6 años] 2014 © solemnfaces

Si tuviste unos cuantos sustos con la primera parte, estoy segura de que no te vas a querer perder la segunda. Porque hay que admitirlo: ¡Nos encanta el terror! Podes estar cagando ladrillos de lo asustado que estas pero vas a querer más y más... "Bienvenido a mi morada. Entre libremente, por su propia voluntad, y deje parte de la felicidad que trae." © Totalmente prohibida su copia y/o adaptación.

OEUVRE DE CHARLOTTE BRONTË «Il était impossible de se promener ce jour-là. Le matin, nous avions erré pendant une heure dans le bosquet dépouillé de feuillages ; mais, depuis le dîner (quand il n'y avait personne, Mme Reed dînait de bonne heure), le vent glacé d'hiver avait amené avec lui des nuages si sombres et une pluie si pénétrante, qu'on ne pouvait songer à aucune excursion. J'en étais contente. Je n'ai jamais aimé les longues promenades, surtout par le froid, et c'était une chose douloureuse pour moi que de revenir à la nuit, les pieds et les mains gelés, le cœur attristé par les réprimandes de Bessie, la bonne d'enfants, et l'esprit humilié par la conscience de mon infériorité physique vis-à-vis d'Eliza, de John et de Georgiana Reed. Eliza, John et Georgiana étaient groupés dans le salon auprès de leur mère ; celle-ci, étendue sur un sofa au coin du feu, et entourée de ses préférés, qui pour le moment ne se disputaient ni ne pleuraient, semblait parfaitement heureuse. Elle m'avait défendu de me joindre à leur groupe, en me disant qu'elle regrettait la nécessité où elle se trouvait de me tenir ainsi éloignée, mais que, jusqu'au moment où Bessie témoignerait de mes efforts pour me donner un caractère plus sociable et plus enfantin, des manières plus attrayantes, quelque chose de plus radieux, de plus ouvert et de plus naturel, elle ne pourrait pas m'accorder les mêmes privilèges qu'aux petits enfants joyeux et satisfaits.»