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En la mansión donde el tiempo se desvanecía, Hetty y Trevor compartían una existencia fantasmagórica, pero sin ser amigos ni enemigos. Hetty, orgullosa y distante, veía a Trevor como una intrusión más en su rutina eterna. Trevor, acostumbrado a la soledad, encontraba en Hetty una curiosidad inexplicable.
Al principio, solo había silencio y una incomodidad palpable, pero poco a poco, los roces surgieron: un comentario sarcástico aquí, una mirada fulminante allá. Aunque ninguno lo admitiera, algo entre ellos comenzaba a cambiar. Una relación basada en un odio difuso, pero que, de alguna manera, los mantenía más vivos que la muerte misma.