Dulce_de_Luna
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La corona aún reposaba sobre la frente de Sidon, pero ya no existía el mundo más allá de esa cama. El nuevo rey había llevado la corona consigo al lecho, como si el acto de reinar comenzará ahí, entre sus piernas y muslos húmedos. 
Link jadeaba bajo su cuerpo, con los muslos abiertos, los labios hinchados de tanto beso y el cuello marcado por promesas que se tatuaban con los dientes de su rey. Sidon se deslizaba sobre él como un maldito tifón, con cada movimiento presionando, frotando, dejando que el deseo se convirtiera en un incendio lento y perfecto, que les quemaba el cuerpo y les hacía arder el alma. 
-Cuando te cases conmigo... -ronroneó el rey contra su oído, y su voz resonó en cada fibra del cuerpo del Hyliano, haciéndole abrir aún más las piernas. - Tú también serás un rey. Nadie podrá ordenarte nada. Nadie podrá tocarte. Solo yo... y solo si me lo ruegas.
Link se estremeció con un gemido ahogado. Sentía el corazón golpearle en el pecho como un tambor de guerra. El calor subía, lo invadía, le nublaba el juicio. Sus piernas rodearon la cintura del rey zora, sus uñas se clavaron en las escamas de su espalda húmeda, deseándolo más que a cualquier corona, más que al mundo entero.
Él había nacido sin nada, criado para obedecer, para callar.
Pero esa noche, temblando de deseo bajo el cuerpo de su rey, comprendió que el poder le había pertenecido desde el momento en que ese príncipe zora posó sus ojos sobre su cuerpo, desde su primer beso, desde su primera vez. Y es que, honestamente si había alguien que merecía esa corona, era Link. 
Había luchado tanto por llegar ahí. Por ser algo más que un sirviente. Por merecer.
Y ahora, por fin, iba a tenerlo todo: respeto, poder... y a Sidon, haciéndolo suyo como solo un rey podía hacer con otro rey.