Chasethepolicepup96
Nunca pensé que la muerte sería tan vulgar.
Nada de luces celestiales, ni de ángeles tocando arpas. Solo el zumbido de un ventilador descompuesto, el hedor agrio de cigarro rancio y una mancha de humedad en el techo que me miraba como un ojo apagado. Ese fue mi último escenario. Un hotel barato, con las paredes tan delgadas que podía oír los gemidos, las discusiones, las vidas ajenas desmoronándose justo al lado. ¿Qué tan irónico era eso? Yo, Eliza Monténegro, laureada por unos, maldita por otros, acabando como una nota marginal en un sitio que no tenía ni Biblia en el cajón.
Tenía la boca seca y las manos heladas. La sangre sabía a metal. El pulso lento. El escándalo aún fresquísimo en las redes, mi nombre manchado por testimonios llorosos de exlectores, acusaciones de manipulación, de haber llevado a otros a quitarse la vida por culpa de mis libros. "¿Fue ella quien los mató, o fue el vacío que sus palabras dejaron atrás?" decían los titulares.