EmyHobbit
A veces, la muerte no es un final. Es una puerta disfrazada de rendición.
Ella pensó que ese día, bajo la lluvia incesante y el cielo apagado, su historia llegaba a su último párrafo. El mundo le había dado la espalda demasiadas veces.
Su trabajo, que apenas la sostenía, se desvaneció con un despido. Su familia, rota por años de silencios y sacrificios, solo conocía el lenguaje del dolor. Su hermana, la única que alguna vez la miró con ternura verdadera, se apagaba lentamente en una cama de hospital, y con él, todo lo que le quedaba de esperanza.
Nadie supo cuánto dolió resistir. Nadie entendió cuánto costó llegar a ese borde, ese límite invisible donde el cuerpo y el alma ya no pueden sostenerse.
Así que subió. Respiró hondo. Cerró los ojos.
Pero no cayó.
Una mano -firme, extraña, fría- la jaló con violencia hacia atrás. No hubo palabras. Solo un rostro que no logró ver del todo, envuelto entre ese traje negro y esa capucha que cubría su rostro por completo
Y entonces, el ardor. Un líquido espeso, metálico, corriendo por sus venas, obligando a su cuerpo a rendirse de nuevo, pero esta vez de una forma distinta.
Se desmayó.
Cuando despertó, el mundo ya no era igual.
Ya no tenía las mismas cicatrices, ni la misma mirada. Algo dentro de ella había cambiado. Algo dormía... o tal vez algo más acababa de despertar.
Fue salvada, sí. Pero no por compasión, ni por amor. Fue elegida.
¿Para qué? Aún no lo sabe.
Solo comprende que no volvió a ser libre desde entonces.