Vendida.
La primera vez que la vi, me encantó su belleza, aunque he de admitir que fui un estúpido insensible ese día. La segunda vez que la vi, reconocí que yo era un patán, y de los grandes. La tercera vez, descubrí que no era tan fastidiosa como pensaba, y que si se enteraba de porque la había comprado, ella se enojaría m...