Los sabios mienten, ¡Los ojos no!
Todo comenzó en un fuerte verano donde los días de la semana confirmaron un amor que en menos de la quimera fue el fulgor de la felicidad con ausencia de dolor y temor. Solo la llamé Roma y esto se convirtió en la clave para que ni el silencio sospechara el susurro de aquel amor que comenzó un viernes. ¡Sí! un viernes...