picture2burnn
Mudarse nunca fue algo que me asustara, pero dejar Nueva York para volver a Buenos Aires era otra historia. Las luces de Manhattan habían alimentado mi sueño ambicioso, pero también habían devorado pedazos de mí. Las inseguridades, las expectativas, la soledad: todo se había convertido en una rutina que me pesaba como un abrigo mojado.
Pero ahí estaba yo, con dos valijas llenas de ropa y una cabeza cargada de dudas, entrando a un edificio que no conocía. Mi nueva casa olía a pintura fresca, dudas, y no tenía mucho más que cuatro paredes y un eco inmenso.
Pensé que lo más difícil sería acostumbrarme al silencio, pero no había contado con él. El vecino del "C". Misterioso y con una sonrisa que podía hacerte olvidar que el mundo existía. No buscaba complicaciones, pero tampoco podía ignorar la tensión que llenaba el aire cada vez que cruzábamos una mirada.
A veces, incluso las viejas ciudades traen historias que no estás lista para vivir. Y yo, estaba a punto de confirmarlo.