Monstruos, demonios o criaturas salvajes. Eran todo menos seres humanos. Una extraña especie que vivía en anonimato, apartada de la osadía del hombre, en zonas frías que pocos se atrevían a visitar. Eran feroces, territoriales e intimidantes. Bestias que seguían el camino del destino y veneraban a la luna. Mi hermana era consiente de su existencia, el hombre con quien se había casado, era uno de ellos. Si tan solo me hubiera confiado su secreto, no habría cruzado los límites, y mucho menos me habría visto envuelta en una guerra silenciosa. Y sobre todo, no habría conocido a ese hombre de ojos brillantes, cuya mirada me reclamaba, y prometía un verdadero caos.