REDIMIR LA MALDICIÓN
"Ya no escuchaba los chillidos roncos del bebé. Sólo podía percibir los rugidos de su estómago y la saliva rodando por su boca hasta caer en sus piernas. Lo único que debía hacer era apretar el cuello. Apretar hasta que dejara de moverse y podría saborearlo como a los demás. Los gritos del niño empezaban a apagarse...