¿Alguna vez han escuchado ese famoso dicho que dice "la tercera es la vencida"? No sé cómo les irá a ustedes con él, pero en mi caso mi vida se tomó la parte de "vencida" demasiado literal y al parecer asumió que tiene que acabarse en medio de grandes sufrimientos emocionales. Me explico: esta es la tercera vez que mi estúpido corazón decide enamorarse. La primera vez fue mala y la segunda fue horrorosa, pero esta vez directamente estoy planeando mi suicidio. Ya bastante insignificante y miserable era mi vida para tener que enamorarme unilateralmente del hombre casado que me salvó la vida, tiene más de cuatrocientos años y es el padre (y abuelo) de una familia de vampiros. La parte que más duele es la de Esme, para ser sincera. Es un sol, de verdad, y no se merece mis sentimientos. De todos modos, entre Jasper, Alice y Edward me están poniendo los nervios de punta, así que tengo que marcharme antes de que sospechen. Estoy harta de dibujar rubios con ojos caramelo por la noche, de todos modos. Me enfurece no hacerle pizca de justicia a su hermosa sonrisa bondadosa y su cálida mirada comprensiva... Me estoy yendo por las ramas. Esto no da para más, y, Dios... ¿Debería decir "espero que no me salve la vida a último minuto transformándome en vampiro y con un beso de amor verdadero"? No tiene el menor sentido, así que me lo guardo. Bienvenidos al final de mi vida. A menos que ALGUIEN decida hacerlo comienzo...

«Encadenados a la felicidad - murmuró Thyan con un suspiro - Pero me pregunto si la libertad es realmente tan buena como queremos que sea» Aethäe es una ciudad humana situada en lo que parece ser el medio de un gran desierto. Nadie deja la ciudad, ya que lo único que los espera fuera es la muerte y la soledad. Porque, en efecto, Aethäe es el último centro de humanos que existe, y fuera de ella no hay nada: el mundo está muerto. O eso es lo que les dicen a los ciudadanos. Thyan es un ciudadano que recientemente se despertó de un estado de coma, y ha perdido toda su memoria. Sus amigos y familia le rodean y apoyan, pero él no deja de sentirse muy fuera de lugar. Para colmo, no deja de soñar con un chico de ojos verdes y las ruinas de una ciudad de piedra, totalmente vacía y destruida. Y guerra. Pero en Aethäe no hay ruinas, ni soledad, ni guerra ni tristeza. No fue hasta la llegada de un chico con ojos verdes a su instituto que Thyan recordó. Siempre hubo vida fuera de la ciudad.

Hoy día, no es tan raro ser víctima de bullying. Los chicos grandotes y creídos de los institutos se la pasan mofándose de los más pequeños, extraños y diferentes; haciéndoles guarradas y golpeándolos. Por eso, el caso de Sean no habría sido un caso particular en esta larga retahíla de víctimas desgraciadas de no haber sido por la forma en la que se enfrentó a su problema. Sean era gay. Era un chico de complexión liviana y pequeña, de modo que fue el blanco de las burlas. Sin embargo, pocas personas he conocido que tuviesen tanto carácter como él. No solo se trataba de defender a los golpes, sino que se burlaba y provocaba a sus agresores. Hasta aquí, nada anormal (más allá de una gran dosis de estupidez o masoquismo), pero como, por supuesto, aquello era de poca ayuda para su problema, Sean ideó un plan. Se cambió de escuela. Se forjó una nueva identidad. Una ante la cual hasta sus viejos bullys caerían, sin saberlo, mucho tiempo después. Honestamente, no es que sea gay ni nada, pero este chico ha llevado a cabo el mejor plan de venganza que he visto jamás.