mitz_pea
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Prólogo
1927
En las tierras salvajes del norte de Escocia, donde el viento se colaba como un lamento ancestral entre los acantilados y la bruma jamás abandonaba del todo el horizonte, Elena y Darian habitaban una casona de piedra perdida entre colinas. Su matrimonio (joven, apasionado, casi indomable) era un refugio cálido en medio de un mundo que parecía hecho de frío y silencio. Allí, entre paredes cubiertas de hiedra y ecos de historias olvidadas, algo florecía.
Vanessa llegó una madrugada de otoño, bajo una luna tan grande y tan dorada que parecía un ojo celestial vigilando cada respiro. Fue una niña distinta desde el primer instante: piel trigueña en tierras donde todo era pálido, y unos ojos verdes, profundos como esmeraldas recién arrancadas de una mina oscura. Sus mejillas, siempre encendidas, la hacían parecer un ser nacido más del mito que de la carne.
Pero aquella noche, mientras su llanto llenaba la habitación, algo más llenó la casa.
Un escalofrío recorrió los cimientos.
Las tablas de roble crujieron como si alguien invisible caminara sobre ellas.
El viento golpeó las ventanas con una fuerza que no pertenecía al clima.
Y en el borde de la visión de Elena, una sombra huyó, rápida, silenciosa, como si hubiese estado observando demasiado tiempo.
Con el nacimiento de Vanessa, algo antiguo abrió los ojos.
Algo que llevaba años esperando el momento preciso para despertar.
La vida de la pequeña no estaría hecha solo de amor, risas y maternidad cálida. También estaría marcada por secretos oscuros, presagios enterrados, y sombras que la reclamarían con una devoción peligrosa.
Porque desde esa noche, su nombre quedó atado a un destino que ningún mortal podía comprender.