- Por favor... deténgase... Los ojos de Ilya miraban suplicantes a su torturador, mientras que, de ellos, lágrimas de dolor eran derramadas sin parar. Encima de él se encontraba el rey Adrik, quién le embestía sin piedad alguna. Movía sus caderas sin parar, aplicando en cada movimiento una fuerza insoportable para cualquier omega. El rey Adrik no hacía esto para satisfacerse. No, el solo buscaba torturar al omega que yacía debajo de él. Las súplicas de Ilya llegaron a sus oídos, y por un momento se detuvo, pero no para consolarle. Un golpe cayó en la mejilla derecha del omega, reventandole el labio al instante. - Estoy cumpliendo con nuestros deberes maritales. Lo único que debes de hacer, es quedarte quieto y callar. Si tanto odias esto, deberías embarazarte lo más pronto posible, pero ni siquiera para eso eres útil - dijo friamente el rey Adrik. Antes de continuar con aquel tormento, el rey Adrik clavo sus garras en la pálida piel de Ilya. De él salió un grito gutural, para después recibir otro golpe en su vientre, callándolo al instante. Cualquiera que lo haya escuchado se hubiera estremecido al instante, pero nadie, mas que la guardia real que esperaba afuera de los aposentos del rey, escucharía. El cuerpo de Ilya lentamente cedía. Sentía como poco a poco perdía fuerzas, su mirada se nublaba, y sus ojos se cerraban, hasta que por fin se desmayó. El rey Adrik, al notar que Ilya dejó de sollozar, se separó para después tomarlo de su cabello, y jalar del mismo para sacarlo de su habitación. Abrió la puerta y ordenó: - Regrésenlo a sus aposentos. Enciérrenlo y no dejen que salga hasta que yo lo ordene. El débil cuerpo de Ilya fue llevado hasta una pequeña habitación, en lo más recóndito del palacio real. Solo era otra noche, y como en todas, terminaba abandonado. ¿Cuándo acabaría aquella tortura? ¿Alguna vez verían a Ilya por quien es, en vez de juzgarle por su segundo género? ¿Cuánto más tendra que soporta

Un acontecimiento que no suele ocurrir muy a menudo se llevaba a cabo en la Cumbre Nirenia, pues se trataba de una reunión entre los más grandes hechiceros de Nirén (y los últimos de su especie). - ¿Por qué el interés de salvar este mundo? ¿No es más fácil dejar que esa cosa lo consuma como se planea? - dijo arrogante el mas viejo de los tres hechiceros que habían sido reunidos. - No podemos perder Nirén. Ya existe una tierra olvidada, y tener otra en esa situación desestabilizará el orden de la creación. Ah... ¿no les parece patético? Nos aferramos a un mundo decadente con tal de sobrevivir, aun cuando el final es inminente - dijo el segundo hechicero. No demostraba la terquedad del más anciano, pero en el fondo sabía que era más fácil rendirse que luchar por una guerra que hace tiempo se había perdido. - Este lugar aun tiene una oportunidad, no hay que caer en la desesperanza, yo he visto como se salvaba. Una criatura de otra dimensión, junto a un gran mago cambiarán el orden para bien. Mis visiones son claras, y nunca fallan - dijo con ilusión el más joven de los hechiceros. Inexperto e insensato como cualquier otro muchacho de su edad, pero fiel a sus convicciones y aspiraciones. Los tres hechiceros discutían sobre como resolver el problema que les pisaba los talones. La desaparición de toda una dimensión ocasionada por una criatura enviada por Inferna. Lo que no sabían era que, a sus espaldas, se terminaba de concretar la profecía que advertía de dicha destrucción. Solo un milagro podrá salvar Nirén de su fatídico desenlace.