Bruce Wayne tiene demasiadas máscaras. De noche, se esconde en la piel del murciélago para castigar al crimen. De día, finge ser un millonario frío y distante que la ciudad apenas conoce. Pero hay otra cara, más íntima, que guarda para sí mismo: la de una "señorita" elegante que le permite caminar entre la multitud sin que nadie sospeche quién es. No lo hace para engañar, ni para huir, sino porque en esos tacones y en esos vestidos encuentra un respiro, una forma distinta de ser. Cuando descubre una red de corrupción que amenaza a toda Gotham y Metrópolis, Bruce decide entregar sus hallazgos al Daily Planet. Sin embargo, disfrazado de mujer, no consigue pasar ni la recepción: lo rechazan entre burlas y prejuicios. Ahí es cuando Clark Kent -un periodista recién llegado, de sonrisa sincera y mirada desconcertada- lo defiende con una amabilidad inesperada. Entre informes secretos, cigarrillos compartidos bajo la lluvia y correcciones tímidas de "señorita" a "señorito", nacerá una complicidad frágil, luminosa y peligrosa. Bruce descubrirá que hay ternuras que no necesitan máscaras, y Clark aprenderá que la verdad más poderosa no siempre se escribe en tinta, sino en el corazón.

Bruce Wayne no es un héroe. No creció en las sombras, no dedicó su vida a la venganza y nunca vistió una capa para luchar contra el crimen. No tuvo que hacerlo. Porque cuando perdió a sus padres, Superman apareció poco después, salvando a Gotham y al mundo entero. Desde entonces, Bruce ha estado fascinado-no, obsesionado-con el hombre de acero. A sus 21 años, consigue una pasantía en el Daily Planet, pero su verdadero objetivo no es una carrera en el periodismo. Es descubrir la identidad de Superman. Y si en el proceso logra conquistarlo, aún mejor. Clark Kent lleva más de una década protegiendo Metrópolis y Gotham sin descanso. A sus 33 años, ha visto lo peor de la humanidad y ha aprendido a mantener distancia. No tiene tiempo para romances ni para distracciones. Especialmente no para un joven testarudo con demasiadas preguntas y una sonrisa que lo desarma. Bruce no se rinde. Clark no cede. Pero cuanto más intenta alejarlo, más cerca está Bruce de descubrir la verdad. Y lo peor de todo... es que una parte de Clark quiere ser descubierto.

Bruce Wayne muere en su propio universo, dejando tras de sí un mundo que se derrumba con su ausencia y un Clark Kent que jamás vuelve a ser feliz. Pero el fin no es realmente el fin: en algún lugar más allá de la muerte, Bruce despierta en un mundo distinto al suyo. Un universo con reglas nuevas, donde existen alfas, betas y omegas, y en el que -para su sorpresa y desconcierto- él mismo es un omega. Al principio, Bruce enfrenta este destino con la desconfianza de siempre: arisco, resistente, convencido de que no necesita a nadie más que a sí mismo. Sin embargo, pronto se ve rodeado por versiones diferentes de los chicos que alguna vez llamó sus hijos, y por la insistente presencia de un Clark que, en este nuevo mundo, lo llama esposo, lo cuida, y parece conocer todos los recovecos de su alma. Entre ceños fruncidos, silencios incómodos y pequeños gestos que se cuelan sin permiso, Bruce empieza a vivir otra vida. Una donde las cicatrices pesan menos, donde el amor no es un campo de batalla, sino un refugio. Una vida en la que sus demonios no desaparecen, pero aprenden a convivir con la ternura inesperada de un hombre que lo mira como si fuera todo su universo. En este mundo nuevo, Bruce Wayne descubre que morir fue apenas el principio de una segunda oportunidad: la de ser esposo, padre y, finalmente, alguien que también merece ser amado.