Cuando somos pequeños nos enseñan a dar nuestros primeros pasos en este mundo impredecible; y, ese, solo es el principio de un sin número de cosas por aprender, pero el amor, el amor no es uno de ellos porque el amor no se enseña, se vive. Elizabeth Campbell, tenía sólo siete años, cuando su padre falleció, ese mismo año, ella y su madre dejarían atrás su ciudad natal Belleville, y se trasladarían a la gran ciudad de Toronto, Canadá en donde conocería a sus dos mejores amigos. Diez años después, un viejo recuerdo de su infancia se hace presente en su vida, evento que marcaría el principio de una nueva historia, que le enseñará que no existe una sola forma de amar.