No fue el símbolo. Ni la criatura. Fue el tiempo. Todo se volvió cuenta regresiva. Ylaeth acechaba sin rostro. El cuarto vértice casi se selló. Y yo, con una manada entre escombros y cicatrices, tuve que elegir si creíamos en puños o en palabras. Pero al final... no fue ni lo uno ni lo otro. Fue él. Niko. Mi hijo. El que nació tras dos noches: una fuera de nosotros... y otra aquí dentro, donde temíamos que no quedara nada. Pero él llegó. Y con su primer llanto, supimos que no estábamos vencidos. Solo reiniciando.

El pasado no es historia. Es código genético. Y a veces, el cuerpo recuerda lo que la mente aún no se atreve a confesar. Lo que llevamos en la sangre no es linaje. Es deuda. Y en esta casa, las cuentas se están cobrando solas. El niño dentro de mí empezó a responder a palabras que no le enseñé. Hunter lucha por mantenernos a flote. Pero algunas corrientes no vienen del río. Vienen del nombre. Y algunos nombres... solo quieren nacer.

Ser el alfa no se escoge. Se sangra. Y el precio no se paga con gloria, sino con la piel del silencio. Los símbolos nos rodeaban. Las grietas ya no estaban afuera, sino en nosotros. Y mientras todos esperaban decisiones, yo sentía que lo que hablaba no era mi voz. Había algo más. Un eco profundo. Y cuanto más lo ignorábamos, más se reconocía en nuestras miradas. El liderazgo no era guía. Era soporte de lo insoportable.

(segundo libro) Cuando Gwen Hollow llega a Katmere Academy, cree que lo peor será soportar el frío, sobrevivir a exámenes... o lidiar con su prima Mace y sus excentricidades mágicas. Lo que no espera es encontrarse atrapada entre miradas que muerden, pasillos que susurran su nombre, y un destino que no pidió escribir. Jayden, arrogante, brillante, letal. Hudson, el ausente que aún deja cicatrices en las paredes. Y entre ellos, Gwen, que empieza a descubrir que su sangre no es del todo humana... y que lo que creía un castillo es, en realidad, una jaula con barrotes de secretos antiguos. Cuando el amor se convierte en amenaza, y el linaje en sentencia, Gwen tendrá que elegir entre la luz que la protege... y los colmillos que ya duermen en su reflejo. Porque Katmere no es una escuela. Es una prueba. Y Gwen aún no sabe... si va a sobrevivirla.

Las sombras no gritan. Cantan. Y su música me alcanzó como quien recuerda un idioma olvidado en sueños. Descubrimos inscripciones. Ecos en lenguas que no buscaban ser comprendidas, sino obedecidas. Cada paso hacia delante era un pacto con lo inevitable. Porque el destino no cae como una maldición. Se deja venir como una canción que ya sabes de memoria. Y yo... yo empecé a recordarla. Aunque aún no supiera por qué.

Pensaba que la furia era lo único que me sostenía. Hasta que llegaron ellos. Y luego ella. Y entonces el fuego dejó de consumir... para empezar a iluminar. Formamos una manada, no con normas, sino con pactos forjados entre dientes apretados y miradas que se negaban a mirar atrás. Pero el deseo -ese traidor silencioso- no se alió con la calma. Nos pidió más. Y la oscuridad empezó a responder al llamado. No éramos un grupo. Éramos una declaración de guerra.