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Dicen que los mares guardan secretos más antiguos que el tiempo, y aquellos lo bastante temerarios para desafiarlos están condenados a encontrar algo más que oro entre las olas.
Cataleya Drayke no creía en maldiciones. No creía en cuentos ni en promesas. Creía en pólvora, acero y venganza.
Y en el tesoro que su padre enterró veinte años atrás, poco antes de desaparecer para siempre bajo una tormenta sin nombre.
La conocían como la Capitana de la Dama del Abismo, un navío temido por comerciantes, corsarios y reyes por igual. Su reputación cruzaba océanos: fría, implacable, una mujer sin patria ni ley, con ojos como cuchillas y un pasado que nadie se atrevía a mencionar en voz alta.
Pero toda leyenda tiene su punto de quiebre.
Y la suya comenzó con un secuestro.
El Príncipe Edric de Albrecht -heredero de una corona que a ella no le importaba y guardián involuntario del único mapa que la llevaría al legado de su padre- cayó en sus manos como una joya caída del cielo. Un rehén con modales de porcelana, ojos color del mar, sonrisa tímida y un corazón que parecía hecho para romperse.
Cataleya solo lo quería por lo que sabía.
Él, por alguna razón, la miraba como si pudiera ver algo más allá del acero.
Como si bajo la piel curtida por la sal y las cicatrices, aún latiera algo parecido a un alma.
Él era todo lo que ella despreciaba.
Y sin embargo, el mar tiene un modo cruel de entrelazar destinos.
Este no es un cuento de hadas.
Es una historia de fuego, marea y deseo.
Una capitana sin fe.
Un príncipe sin jaula.
Y un tesoro que no todos podrán alcanzar.