«Tengo una hermana gemela. No, espera. Tenía una hermana gemela... o eso he escuchado.» No hay mucho que Isobel recuerde al abrir los ojos después de tres meses de coma. Por ejemplo, no recuerda al hombre que asegura ser su padre o a la mujer que tan efusivamente la abraza pronunciando un apodo cariñoso. Tampoco al sujeto que la llama prometida ni a los amigos y demás parientes que dicen alegrarse de verla con vida. Pero, sobre todo, no recuerda a la hermana gemela de la que todos hablan y que ella misma es incapaz de recordar aún cuando se mira al espejo. Intenta hacer lo que puede por encajar en ese entorno de lujos que parece pertenecerle. Sin embargo, conforme los días pasan y su mente comienza a mostrar retazos de memorias, Isobel se da cuenta de que hay algo mal con aquellos que la rodean. Algo terrible. Algo oscuro. Algo nauseabundo y retorcido. Entonces un encuentro inesperado desata las alarmas en su cabeza. Él. Él tiene las respuestas que está buscando. Él puede salvarla. O quizá destruirla.

El pueblo de Wilson es tranquilo, regido por sus costumbres y creencias religiosas muy estrictas, donde Leigh ha crecido, siguiendo cada regla y pauta como se le ha indicado. Un pueblo donde no se recibe con mucha gracia a los recién llegados así que cuando Los Steins se mudan a su lado, Leigh no puede evitar sentir curiosidad. Los Steins son adinerados, misteriosos y muy elegantes. Lucen como el retrato perfecto de una familia, pero ¿Lo son? ¿Qué se esconde detrás de tanta perfección? Y cuando la muerte comienza a merodear el pueblo, todos no pueden evitar preguntarse si tiene algo que ver con los nuevos miembros de la comunidad. Leigh es la única que puede indagar para descubrir la verdad, ella es la única que puede acercarse al hijo mayor de la familia, el infame, arrogante, y frío Heist.