AMG1991
Abrió la verja levemente oxidada y entró en aquel lugar que había sido casi su hogar durante los últimos diez años. Anduvo por el camino, el cual a su alrededor tenía una frondosa vegetación que impedía la poca luz, que de por sí, había en Londres. Al llegar a su destino, cargando en su mano izquierda una silla plegable y en la otra una bolsa de plástico con un termo de café, sonrió. Colocó la silla y se sentó frente a la lápida de su mujer, se echó un poco de café y comenzó a hablar.
-Hola, Cassandra -dijo con un tono de voz melancólico-. Como ya sabrás, no hay día que no venga a visitarte; pero hoy es un día tristemente especial -el hombre hipó, y de sus ojos cayeron un par de lágrimas, las cuales estaba conteniendo a la fuerza desde que se había despertado -. Diez años, querida, y no hay día que no me acuerde de ti: de tu sonrisa, de tu piel, de tu cabello... de todo.
»Te prometí que seguiría mi vida cuando tú no estuvieses, pero he de serte franco, mi amor: no he podido. ¡Pero qué puedo contarte que ya no sepas! Cada día vengo con la esperanza de no encontrar tu lápida en este cementerio, y regreso a casa con la sensación de que todo es un sueño y que cuando me despierte tú seguirás a mi lado; pero de sueños no se vive, Cassandra, y cada segundo que paso sin ti es como si expirara el último aliento de mi anciana vida.