AlejandroAllday
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Una montaña es inalcanzable, solo hasta que se comienza a escalar, ¿Pero que nos impulsa a hacerlo y dejar atrás todo lo que conocemos?
El peor fracaso no es no haber llegado a la cima, sino nunca haberse decidido a ascender. En la superficie de la tierra, el grito de la incredulidad no permite a los hombres oír su llamado. Pero la voz de Dios, aquella que se pasea por el huerto, nos atrae para hacer posible lo que algunos consideran imposible.
Cada vez que escalamos nuestra confianza también asciende, formando una alianza con nuestras fuerzas y nuestra voluntad. Es cierto que las rocas empinadas dificultan nuestra subida, y las nubes que ocultan el rostro de la cima opacan nuestra esperanza. La llanura que abandonamos comienza a parecer más confortante, nos tienta ofreciéndonos seguridad y descanso. La voz de aquellos que se quedaron nos alcanza, llamándonos para compartir su botín, la claridad del alma comienza a perderse, pero en esos momentos es cuando mas brilla la fe, la cual confirma su firmeza cuando todo lo demás nos abandona. Podemos subir y descender para recibir el consuelo de que llegamos un poco más lejos de lo que arribaron los cobardes, o podemos descender entre los aplausos porque subimos donde ningún valiente jamás arribo.
Es nuestra fe quien determina nuestro destino. El éxito y el remordimiento están al acecho de nuestra elección.
Llegaremos a la cima agotados y sin fuerzas, no obstante, la satisfacción hará que recobremos el aliento. Sera el viento quien relate nuestra historia, y nuestra hazaña, será, para la gloria de Dios.
"Una gran dificultad puede reducir la fe.
Pero, una gran fe puede disminuir la dificultad."