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Santa Catalina es un alma exuberante de vida divina. Su maravilloso apostolado es irradiación de su vida interior transformada en Cristo. Como San Pablo, invita a sus numerosos discípulos a seguir su ejemplo: Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo. A imitarla, no en lo extraordinario, sino en lo esencial de su vida interior de unión con Dios, en su caridad y en su total entrega al bien de las almas.
En Santa Catalina no hay dualidad entre su vida y sus escritos. Vive en su plenitud la doctrina que contiene el Diálogo, y escribe o dicta lo que de continuo vive.
Leer sus escritos es dejarse contagiar y hacerse discípulo suyo. Tanto que Santa Teresa llegó a decir que "después de Dios debía a Santa Catalina muy singularmente la dirección y progreso de su alma en el camino del cielo".