Prólogo Hay amores que nacen cuando todavía no sabemos ponerles nombre. Se instalan en silencio, crecen a la sombra de los días felices y esperan -pacientes- a que el tiempo haga su trabajo. El nuestro comenzó cuando la vida aún era sencilla y los veranos parecían no tener fin. Él tenía diez años; yo, apenas siete. Crecimos juntos en la hacienda de mi familia, entre el olor a tierra húmeda, el murmullo del viento entre los cafetales y la certeza infantil de que nada malo podía ocurrir en aquel paraíso. Éramos solo dos niños, sin saber que el destino ya nos estaba escribiendo. Fue en el verano de 2005, cuando cumplí catorce, que lo entendí todo. El amor llegó sin permiso... y también la primera pérdida. Después vinieron los silencios. Dos veranos de ausencia impuestos por la sospecha de mi madre, como si hubiera presentido lo que había empezado a germinar entre nosotros. Aquella distancia casi me convenció de que lo nuestro había sido solo un espejismo. Casi. Porque antes de entrar a la universidad, el destino nos concedió un último encuentro. Él seguía ahí: cambiado, más hombre, pero con la misma mirada que me había visto crecer. Y entonces supe que tampoco me había olvidado. Vivimos días que no estaban hechos para durar. Intensos. Secretos. Cuando la verdad salió a la luz, la separación se volvió inevitable. Yo crucé el océano y pasé cinco largos años intentando que la distancia apagara lo que había quedado encendido. No lo logró. Lo nuestro es la historia de dos almas de mundos opuestos. Una joven de sociedad y un hombre de pueblo. Una niña rica que aprendió a amar en los brazos de un ranchero. Esta es la crónica de un amor que sobrevivió al silencio, a la distancia... y a la vida misma.