Capricho de Reyes
cirobelar
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Sus manos, de un rojo carmesí, manchaban la pared levemente. La sangre ya estaba seca, formando una capa desagradable sobre las palmas que no quería reconocer como las suyas. Sus ojos, rojos también, pero estos por las lagrimas, observaban la escena de la que se declaraba culpable. Pero su corazón... Su corazón había dejado de latir junto a los de ellos, probablemente hace tanto tiempo que ya ni siquiera era rojo. Aunque, en realidad, todo le resultaba blanco y negro. Excepto esa escena, tan horrenda que sus ojos le rogaban que perdiera el color. Le pedían que las caras inexpresivas de las dos personas que más había amado en la vida desaparecieran. Le pedían que se despierte de esa horrenda pesadilla, con una botella en la mano y babeando sobre su regazo. Hasta se hubiera sentido feliz de que lo reprendieran por haber dormido en el trabajo, pero no sucedía. No se despertaba y las caras inexpresivas seguían ahí, mirándolo, sin en realidad verlo.