Suspiro de Acero y Seda Fui la Grieta, el músculo silente en la penumbra, donde el dolor punzante se hizo residencia. La orquesta del amor cesó su costumbre, y solo quedó el eco de la incierta presencia. En mis cámaras el Frío levantó su trono, y el susurro de Su Nombre fue veneno dulce. El Cerebro y la Lógica me dejaron solo, mientras mi sístole rota la Melancolía luce. Pero desde el bajo vientre, el Hígado enardecido, lanzó el fuego amargo de la Ira sin freno. "¡Ya basta de luto!," fue un grito decidido, que forzó mi músculo a ser más que un terreno. Rompí las Promesas, que eran astillas duras, y con Acero forjé mi nueva defensa. La Herida se cerró, no con tiernas suturas, sino con una Cicatriz de férrea experiencia. Hoy mi ritmo es distinto, ya no es súplica vana, es un *TUM-TUM* soberano, completo y consciente. Soy la prueba de un amor que se hizo mañana, al latir con la fuerza de lo independiente. Y entonces, tras el mapa de mi dura escuela, sin buscar, sin forzar, sin desvelo ni prisa, la Esperanza a mi Aurícula por fin se cuela, llegando con la forma de una brisa. No es el torrente ciego que una vez me inundó, sino un cálido soplo que viene de afuera. Una bocanada de aire fresco que el Pulmón me dio, promesa de un ciclo que en el amor espera. Me recuerdo en la Seda, me recuerdo en el Acero, y mi latido se expande, firme y renovado. No temo al riesgo. Y si el amor es verdadero, mi Cicatriz y yo estamos listos para ser amados.

El granito frío y la taza de Apolo, asfixia lenta bajo el falso amor. No fue pasión, fue sed de un protocolo quebrado en Ivon, primer destructor. La cerca blanca se rindió a la flama, y en el derrumbe, halló un brutal placer; el poder frío que la noche proclama: no amar, sino en la ruina, ser. Elara fue la promesa distante y pura, el lienzo virgen de la idealización; quemó la muselina por la aventura, y en la presencia, halló la decepción. La vida real no admite la locura, y el ancla Gael le enseñó la razón; ella buscó el fuego, no la cura, y al huir, encontró su condenación. El golpe bajo, la venganza de Apolo, la dejó hueca, sin piedad ni abrigo. Llegó a Romina, al firme protocolo, al dulce hogar sin drama, un gran castigo. Sembró el misterio en el afecto solo, un arma lista en el refugio amigo; el amor incondicional es un estorbo cuando tu esencia es el dolor mendigo. La confesión, la furia de Romina, "parásita", "destructora", "envidia cruel"; pero en su vacío, halló la medicina: el dolor ajeno le sabía a miel. Sentada sola, en la noche mezquina, vio la paz que forjó, tan fiel, tan fiel; Apolo e Ivon, su triunfo en la rutina, y su alma oscura, sin un solo riel. No sintió culpa, sintió una certeza: el caos no es defecto, es su verdad. La terapia fue la fría destreza para vestir de orgullo la maldad. Llegó Victoria, espejo de belleza, que celebró su oscura identidad; la usó, la vació, sin la tibieza de un límite, de un rastro de piedad. La voz de Victoria clamó por conciencia, mas solo halló la sonrisa del campeón; "Me amo por ser la inminente inclemencia, la fuerza pura, la aniquilación." Se fue Victoria, dejando la audiencia, y Aries triunfó en su gran actuación. Con liderazgo, sin piedad ni clemencia, la Diosa del Caos en la desolación.

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